Una joya es más que un ornamento. Tras ella existe siempre una historia que queda inmersa en una familia. El valor sentimental que transmite suele superar con creces su valor económico, perviviendo de generación en generación, inmutable en el tiempo.
En un momento determinado, una joya sirvió para lucir en el cuerpo de una persona. Engalanarse con ella es algo muy natural; durante siglos ha servido para mostrar la belleza de grandes reyes y emperadores de la historia de la humanidad.
El valor que presenta en la herencia familiar
Puede ser de oro, plata, diamantes o incluso presentar menor valor económico. La joya es el símbolo de un sentimiento. Puede ser fruto de un autorregalo, el llamado amor propio. También suele ser el resultado de un compromiso, derivado del amor conyugal o incluso producto de la romántica espera de dos amantes.
Siempre hay una historia detrás de una joya. No siempre la conocen a la perfección los herederos de la misma, pero al poseerla saben que algo maravilloso contenía. Cuando algo se guarda por muchos años, es fruto del sentimiento que conserva su propietario.
Por lo general, una joya de gran valor ha podido sobrevivir al paso del tiempo. Sabemos que un material de alta calidad puede contra las inclemencias de los años. Pero solo el sentimiento puede pervivir tan prolongadamente. Mientras que para algunos el amor eterno es un simple mito, para otros, generalmente los herederos de esa historia, es real, gracias a la prueba que durante años han conservado en el seno familiar.
El valor de una joya
Las joyas se tasan normalmente por su peso y el material o materiales que las forman. A esto, los expertos añaden el transcurrir del tiempo y la historia que hay detrás de ellas. Por eso, es normal que no nos sorprendan las cifras estratosféricas que pueden alcanzar en el mercado pertenencias de reyes o personalidades influyentes de nuestro planeta, sobre todo cuando sus bienes han sobrevivido a siglos.
Un tasador común no va a saber valorar las joyas que le llegan para ser empeñadas o vendidas. Seguramente no pregunte a sus dueños todo lo que encierra su recuerdo. Tampoco es sencillo deshacerse de tan valiosa herencia, y aún menos conociendo todo lo que hay detrás de ella.
Es posible que cuando hemos regalado una joya, no nos hemos percatado de que estamos creando un símbolo que puede pasar de mano en mano durante años o, incluso, siglos. Al final, nuestras obras nos suceden, perviviéndonos a través de nuestros descendientes. Es por esto que, cuando regalemos una joya, debemos apostar por una que sea duradera, como nuestro afecto hacia quien la regalamos.
Nuestros genes son la historia de una familia; estos van transmitiéndose con los años, hasta fines insospechados. Con suerte, algún libro podrá recoger el trayecto de alguno de nuestros herederos. La historia suele recaer en recuerdos, como a veces en esas joyas preciosas que no olvidamos y conservamos con celo, porque sabemos que en ellas están impresas el sentido de nuestra existencia, un valor sentimental, fruto del amor de nuestros antepasados.
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